La máquina - Eduardo Galeano

… Lo invadió el pánico de la traición. Este cuerpo que ya no es mío, ¿me traicionará? ¿Traicionará a mi gente? No sabía cuánto tiempo había pasado y quiso recordar los últimos interrogatorios, pero la memoria se le había inundado de duda y cerrazón. Sintió la obligación de matarse, porque el nacimiento y la muerte no tienen importancia y lo que importa es lo que está en el medio y él no podía permitir que en el medio estuviera la traición. Matarse. Morirme, terminarme. Fin del infierno, fin del cielo, principio de nada. Matarme. Ofrecerme. El piso de cemento como un altar de piedra y la sangre yéndose a borbotones por la vena abierta y el placer de pensar: ‘los jodí’. Yo tendré fin, pero el tiempo no. Yo tendré fin, pero el espacio no. La pelea no. La suerte está echada, pero echada por mí. Pensó en el hijo como despidiéndose. Todavía no sabía que ellos no lo iban a dejar elegir. Todavía no le habían reventado el hígado, al cabo de varias semanas de no poder arrancarle ni una sola...